jueves, 18 de enero de 2007

Livia Vives





















TÚNELES FANTASMAS
La ciudad pequeña empezó a crecer. El ferrocarril hizo un tejido de vías en su vientre, y la riqueza empezó a cambiar su puerto. La boca donde saltan y entraban las riquezas. El puerto que había sido el origen de la ciudad seguía alimentándola. Ahora con gente. Inmigrantes que venían a buscar riquezas, la América o al menos un mejor lugar donde vivir. La ciudad se hizo cosmopolita,y adquirió también los vicios de toda gran urbe del mundo, uno de ellos fue la mafia. La mafia creó un mundo de temor y de oscuridad en el que germinó el contrabando. Dicen que construyeron túneles secretos para sus fechorías y algunos de ellos salían en uno de los grandes almacenes que ocupaba el predio frente a la aduana, en la bajada sargento Cabral. Dicen que la maldad de estos hombres sembró de adversarios muertos esos túneles y que sus fantasmas fueron los que dieron cuenta del poder de Chicho grande.
No hemos podido corroborar las versiones de los obreros que trabajaban en la remodelación de esos almacenes para hacer de ellos un boliche. Afirmaban haber escuchado quejidos espeluznantes y sombras sospechosas que desaparecían en las huellas de las paredes que mostraban una especie de puerta tapialada. Dicen que esos túneles conectaban con el puerto en la zona que hoy es el complejo parque España. El tiempo y el temor ha multiplicado las cifras y ha imaginado una red de túneles que se extendían por toda la ciudad y llegaban a la bolsa. Nunca se ha hecho una investigación oficial de ello.Tampoco nadie ha desmentido del todo estas versiones. El desmoronamiento de parte de la costa del parque España desenterró el rumor de que el suceso formaba parte de un hecho muy extraño, quizás los fantasmas buscan salir de su encierro.

Adriana Laura Felicia


De regreso del Festival Iberoamericano de Narracion Oral de Chile
EL ULTIMO CUENTO
Y si, se terminó el encuentro. Llegamos al aeropuerto con el corazón en una mano y la valija en la otra. Un último café compartido, las últimas charlas guardadas, besos abrazos, lágrimas y la Empleada de Aerolíneas Argentinas que me devuelve a la realidad -Puede poner las valijas de una vez por todas???!!!! Ella no entiende de despedidas. Parece como si toda su vida la hubiera pasado ahí. Muy bien vestida, estrictamente prolija, cabello recogido, ni un solo cabello fuera de su lugar, ninguna arruga en su vestido, absolutamente rubia, rostro firme, ojos automatizados, como si ninguna emoción pudiera desarticularla, como si nada pudiera conmoverla, como si nunca se hubiera despedido de nadie. -Si……ya… y vuelta el tonito enérgico: -que lleva en esa valija? Mmmmmmmmm, la valija…Esa que me habia regalado la Tía Olimpia, con mas años que Matuzalen (la valija!...bueno la Tía Olimpia también) y a punto de desintegrarse en cualquier momento. La valija!!! Envuelta con plásticos y plásticos y tiras de scoch y mas tiras de scoch como una cebolla. La que tanto trabajo me había dado envolver tirada en el piso de una habitación de 2 por 2 entre medio de las piernas de mis 9 compañeros de cuentos que me repetían entre carcajadas: -Y si Te dicen que la abras que haces??? Te la van a hacer abrir. -Y seguían riendo con sus risas de cuentos. Y mientras rememoraba eso, le contestaba a la empleada: -Cuentosssssss - Libros??? -No! Cuentossss -Ah…papeles con cuentos…??? -No! Solamente CUENTOSSSS!!!!!!!! (como era posible que no entendiera algo tan simple y tan claro????) . Vi que su cara comenzaba a tomar un color rojizo. Seguro estaba pensando que yo me burlaba de ella. Y volvía a la carga. -Ábrala!!! - Yo no se lo aconsejaría… - le dije imaginando lo que sucedería apenas la abriera. Pero ante su insistencia y la de algún que otro refuerzo que mando a llamar (como por las dudas…) no me quedo otra opción que desenvolver la valija. Sacar capa por capa a la cebolla (que vienen fuertes últimamente y hacen saltar las lágrimas). Mi advertencia no había sido en vano y mucho menos errada. Apenas la abrí, saltaron de la valija todos los cuentos que había guardado durante 15 días y comenzaron a desparramarse por todo el aeropuerto. El primero en salir fue el hombre de hierro (ahora entiendo porque pesaba tanto la valija) no quería oxidarse ahí adentro y me levanto en su brazo de hierro como si yo fuera la mujer de seda, después el viejo Celsio me pidió el besito mañanero y Leopoldo Martínez Buen día le contaba a la Srta. de aerolíneas argentinas que el diablo estaba enamorado de la virgen. No se imaginan la cara de esa mujer a la que nunca se le había movido ni un músculo. Sus ojos se agrandaban, la boca se le habría, los cabellos se le desparramaban en una catarata incomprensible y sintió que un intenso olor a mango la invadía mientras Don Jose Puelle, que a veces puelle y otras no puelle, se le colaba por debajo de la falda sin arrugas. Estaba Viva por primera vez en su vida !!! La rubia del Rodrigo saltaba feliz de que la hubieran devuelto al mar y sumergió a la otra rubia (a la empleada) en ese mar de cuentos. La elefanta Margarita rodaba por las mangas de embarque, Josefina del Pilar Martínez fumaba y tomaba con el angelito Isaías, con Dios y el Diablo. Gerineldo paseaba del brazo de la Montaraza gozando un par de horas a su albedrío. La moneda y el billete se deslizaban en la billetera de algún gringo para hacer el amor, el rey Zacarías 4º corría con Yazna por las cintas transportadoras junto a las valijas, la vieja preguntaba a los pasajeros de quien era ese globo azul que la seguía. La Achupaia reía feliz de ser tan chascona y se exhibía con descaro y sin sombrero mientras Amalia mostraba orgullosa su pequeña plantita que iba desplegando sus hojas en su cuerpo. La muñeca de porcelana andaba con cuidado de no romperse y el amor y la locura se colaban por los rincones. Ellos corrían contándose por todos los rincones, tomando café, leyendo libros, diarios, impregnándose con los perfumes. Entonces esa mujer inconmovible, se dio cuenta de por que las despedidas dolian y entendió que un cuento no es solo un libro, un papel, que un cuento es un viaje, un viaje con despedidas claro, y que un cuento son risas, son lagrimas, son encuentros y desencuentros, amores y desamores, enriedos y aventuras, que un cuento lo es todo!!!!! Y alla se fue ella dejando su comodo puesto de empleada corriendo detrás de un sueño, corriendo detrás de un cuento. Y después, de haberse dado por satisfechos, cada cuento me dio el abrazo más calido y fuerte, el beso más dulce y saludándome con su mano de cuento cada uno subió a un avión al grito de – Nos vamos a otro país!!!- y se fueron. Unos a Perú, otros a España, otros se volvieron a chile con distintos rumbos: unos a Santiago, a Valparaíso, a Coquimbo, a Ovalle, a la Serena, y algunos me confesaron que tal vez viajarían a Colombia (previo paso por Argentina) y a Venezuela. Pero todos, todos me juraron que igualmente estarían muy cerca cada día, en cada momento que los evocara y los volviera a contar y que seguramente en ese preciso instante vería caer una piedrita azul, o pedacitos de cielo, porque cada vez que un cuentero cuenta una historia, me dijo el Juan, te regala el cielo a pedacitos.

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Una noche termine mi trabajo, era un fin de semana y había decidido volver a mi pueblo a pasar unos días ahí con mi familia. Salí del bar y me dirigí a la terminal de ómnibus.
Era una noche extraña, el lugar parecía desierto. Estaba sola. Extrañamente sola, sin ninguna compañía, conocida o desconocida, parada en medio de la noche en plena terminal de colectivos, esperando el autobús que me llevaría de regreso a mi casa.
De pronto sentí que todo se llenaba de un embriagante aroma que me envolvía sin poder resistirme y que dos brazos fuertes, como de hierro me levantaban en el aire.
A pesar de esa placentera sensación no pude evitar asustarme, alguien me estaba raptando. Un hombre al cual aun no había logrado ver, como si todavía no me estuviera permitido.
Pero la suavidad de sus manos casi como de seda me traían una cierta calma, una calma que hacia que me dejara llevar .
No podía delinear ese rostro que se confundía con la noche pero no importaba.
Como si yo fuera un objeto precioso me deposito en el último asiento doble, donde solo estábamos el y yo. Comenzó a acariciarme y me estrecho contra su pecho fuerte.
Sin saber porque le pregunte si estaba bien.
Y me contesto con una familiaridad tan dulce como si me conociera y hubiera estado esperando ese momento desde hacía años:
-si, pero me gustaría estar mejor si me lo permitieras.
Su respuesta me hizo sentir su respeto, su delicadeza, su verdadera esencia.
La luz de la luna se filtro por la ventana y pude ver su rostro recortado en la luz. Tenía una sonrisa abierta, blanca como la luna, en medio de su tez oscura y sus ojos negros, una sonrisa calida, una sonrisa con ojos de niño……
Las palabras que siguieron solo fueron música, una música que me envolvía en una armonía deliciosa.
Y después, después nos fundimos en un solo cuerpo y nos amamos intensamente.
Cuando llegue a mi pueblo, solo me quedaban de el su aroma, sus palabras sus canciones, sus caricias, su exquisita delicadeza. El ya no estaba ahí, no se en que momento se separo de mi, creo haber permanecido despierta durante todo el viaje.
Intente averiguar si alguien lo había visto, di su descripción exacta, entonces el chofer me dijo:
-No lo busque más senorita;. En este colectivo siempre suele viajar algún amor pasajero.

Quique de Maria


Anoche fui a un bar y me tomé un rico cortado con el último peso que me quedaba. -
Rico estaba pero... no valía un peso.
El mozo en principio se mostraba amable explicándome que era cierto que costaba un peso de día, pero que por la noche au­mentaba a un peso y medio.
Entonces yo retruqué aseverando que no podía considerarse noche a ese confuso momento de la jornada que estábamos atra­vesando. Pero el punto sustentaba su posición con el argumento de que si no había sol, eso era la noche. Así de claro, o de oscuro.
Inmediatamente apelé a la teoría del valor del cortado según el momento en que se pide.
—Yo entré al bar, me senté a la mesa e hice el pedido, siendo aún de tarde... bueno... tardecita - me corregí a los efectos de partir diferencias. El mozo no contestó, pero me amenazaba con la furia de su mirada muy elocuente, al punto que juraría haber escu­chado sus ojos. Pero proseguí con valentía.
—Es más, me atrevería a decir que el cortado llegó a mi mesa con los últimos vestigios purpúreos de la jornada —agregué yo, que vengo leyendo a Whitman.
—Sí, pero comenzó a beberlo luego de que el último rayito de sol desapareciera devorado por el lejano horizonte - respondió el otro que no sé a quién vendría leyendo, y apelando de ese modo a la teoría del valor del cortado según el momento en que se ingiere.
Rápido de reflejos le dije que no me viniera a hablar de hori­zonte siendo que el edificio que estaba enfrente tapaba ¡el horizonte, el ombú y hasta a Don Segundo Sombra tomando mates.
Entonces el mozo me hizo notar que el edificio de enfrente obstruía el horizonte que corre de este a oeste, y que a los efectos de definir el precio del cortado lo que realmente importaba era el horizonte que corre de norte a sur, que está a la altura de Córdoba y Donado aproximadamente, haciéndome entender claramente, que las discusiones acerca del horizonte dentro del ejido urbano son un poco mas complejas que en la inmensidad de la pampa.
Pronto me di cuenta de que todo marchaba hacia una derrota segura para mi, de modo que apelé al recurso de las condiciones climáticas, y traté de persuadirlo de que si se fijaba bien, cuando yo había bebido el cortadito, era de día aún, solo que, como justo se había nublado, daba la sensación de que el día parecía noche.
Pero el mozo —que a esa altura, no había dudas— estaba empecinado en cobrarme un peso con cincuenta, me apabulló.
—A la hora que usted empezó a consumir la aludida infusión, el cielo estaba totalmente despejado.
—¡Vamos viejo! —contraataqué— Es imposible que usted se haya fijado en las condiciones climáticas mientras atendía sus menesteres gastronómicos.
—A esa hora —bramó furioso— teníamos cielo despejado con una visibilidad de 15 kilómetros, viento del sector este a 10 kilómetros en la hora, 33 grados la temperatura y 88 el porcentual de la humedad...
Y me dio hasta el dato de los hectopascales, y por las dudas me detalló todos los datos de la lista de precios, y al pasar por el rubro cafetería, me recordó que el cortado en horario nocturno costaba un peso con cincuenta centavos.
En honor a la honestidad intelectual acepté la derrota y depuse armas incondicionalmente.
—Macho... —confesé— la verdad es que no tengo más que un peso.

POSTRE DURO
Mi tío Miguel siempre se caía con algo curioso. Me acuerdo aquella vez que vino a comer con la tía Petra, y llegó la hora de los postres.
Mamá vino de la cocina con una cantidad enorme de frutas. "Yo voy a comer una manzana" dijo papá, "yo voy a comer una naranja" dijo tía Petra, y así todos, mi hermano una pera, yo una mandarina, aquel otra mandarina. "Yo voy a comer una sandía" dijo mi tío Miguel. Todas las miradas se posaron en él, nadie dice que se va a comer una sandía y más curioso aún es tomarla con una sola mano. Un tipo que se sirve una sandía entera con una sola mano, da incluso la sensación de que se la va a comer con cascara y todo.
Pero lo más llamativo no había llegado todavía. "Mira que to­maste vino", le advirtió mamá. ¡Para qué! Se la dejó picando, era lo que estaba esperando tío Miguel. "¿Y qué?", preguntó pero lo hizo con una arrogancia de esas que solo él alcanzaba.
El gran tío Miguel, el que se las sabía todas, a punto de enfren­tarse al mito estival más temido en el seno de mi familia: sandía con vino, una mezcla capaz de matar a un paquidermo. Según noso­tros, la principal causa de mortandad en el mundo se debía a que la gente comía sandía después de haber tomado vino.
"¡No seas loco, tomaste vino, Miguel!" le advirtió mamá. "¡Para, Miguel, para por favor!" y tío Miguel como que se regodeaba ante la alarma generalizada, la que se completaba con la cara de mis hermanos y yo, que estábamos mudos, pálidos, y con nuestros ojos que se iban agrandando hasta un tamaño tal que la sandía que se estaba por comer tío Miguel, hubiese cabido perfectamente en
calidad de basurita en cualquiera de ellos.
"Siempre come sandía con vino" sentenció tía Petra. Tío Mi-
guel sonreía, se inflaba cada vez más, y empezaba a cortar la san-
día con la ampulosidad con la que se preparan los grandes atletas
antes de una prueba o los arqueros internacionales en los momen-
tos previos a la ejecución de un penal. No había dudas que le
gustaba el centro de la escena al tipo.
Nunca me había percatado de esa debilidad de tío Miguel, ahora
lo entendía claramente, ahora lo podía ver, con razón un rato antes
se había negado a comer el pollo con las manos. Claro, se jactaba
de que viéramos su habilidad para comerlo con cuchillo y tenedor,
y vieras qué habilidad, no le dejó nada, peló los huesitos. Nadie
come el pollo con cuchillo y tenedor, y menos el ala como se había
comido él. ¡Y cómo se jactaba! "Dame otra presa, porque a esta
no le quedó nada", decía casi a los gritos, y ahí sí, tomaba el hue-
sito entre sus dedos, y lo mostraba con una grandilocuencia, que
ahora que lo pienso bien, daba asco.
Lo mismo un rato antes, en el aperitivo, había comido las acei-
tunas tirándolas para arriba y embocándolas. Y las dos últimas, las
tiró una atrás de la otra, ensartándolas de seguidilla.
Por fin lo entendía claramente, el tipo nos tuvo todo el tiempo
prestándole atención a él. Pero ahora estábamos en un trance más
crucial, el tío Miguel se iba a comer la sandía después de haberse
embuchado un litro de tinto. No había forma de que saliera ileso.
Estábamos todos petrificados, el único que reaccionó de mis her-
manos fue el Armandito, que salió corriendo para afuera y empezó
a llamar a sus amigos de la cuadra. "¡Chicos! ¡Chicos, vengan a
ver que mi tío se está por suicidar! Ojo: mamá siempre decía que
el Armandito, era el que había salido más parecido al tío Miguel.
Los chicos vinieron volando, esperando encontrarse con un in-
dividuo encañonado con un revólver en su sien o algo por el estilo.
Cualquier cosa menos un tipo con un cacho de sandía entre susmanos. De modo que se fueron todos desilusionados. Esto lo puso
mal a tío Miguel a quien el marco de público lo había entusiasma-
do sobremanera.
Aún así, tío Miguel era de esos que piensa que el show debe
seguir, por lo que se contentó con nosotros como única platea.
Como éramos los más íntimos, supongo que lo habrá elevado a la
categoría de avant premier, porque enseguida se lo volvió a ver
motivado, y ya desde el primer pedazo, empezó haciendo roncha,
se comía la sandía con semillas y todo (que según la mitología
estival te da "péndice" como decía mi nona María). Pero claro, un
cristiano comiendo sandía, por mucho vino que haya tomado pre-
viamente, es algo que a la larga deja de atraparte, salvo que se
tratte de mi tío Miguel. Al ver que ya algunos empezaban a desviar
la vista y a hablar de otra cosa dijo: "Bueno, éste pedazo lo voy a
acompañar con un vasito de vino" y ahí nos tuvo a todos boquia-
biertos nuevamente. Y así se las iba rebuscando para renovar nues-
tro interés. Ya a lo último mojaba la sandía en el vino.
Sin embargo, llegó la hora de ir a jugar y, si por nosotros fuera,
podía comerse un ladrillo con dulce de leche que en esa instancia
ya no había manera de retenemos.
Ahí empezó a los gritos, a tomarse la panza, y a gemir del do-
lor.
Nunca supe si la sandía le había caído mal de verdad o no, el
tema es que lo hospitalizamos igual. Tío Miguel se las arregló para
poder manejar él la ambulancia, pasando previamente por su cuadra
con la sirena a todo trapo ante el saludo efusivo de sus vecinos,
entre quienes gozaba de abundante fama, por destrezas tales como
salir en pleno invierno a la vereda en pijama o camiseta malla,
cantar "O Solé Mío" sin sacarse el pucho de la boca o pelar la
naranja y dejar la cascara de una sola pieza y varias habilidades
más. No faltando el vecino que dijera cosas como: "Miguel está
para el programa de Sofovich" o "Miguel sí que se las sabe todas".

Tío Miguel murió una tarde de febrero al pretender mostramos
cómo se saltaba del techo.
"Qué escalera ni escalera", fueron sus últimas palabras. Y dejó
este mundo con una sonrisa socarrona.
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A DOS FUEGOS
El lechoncito estaba en la edad de merecer, según el abuelo, pero la abuela le salió al cruce.
-A este patio no entra ningún porcino femenino -advirtió la abuela Helena que tenía la vocación de cabo primero frustada.
El abuelo Roque trató de persuadirla con todo el asunto de que era natural que el pobre chanchito necesitara.
-Y déjalo, si no lo trajimos para que goce ni para satisfacer sus demandas, sino para hacerlo engordar y comerlo -explicó la abuela siempre tan pragmática
La abuela tenía la teoría de que si morían vírgenes, morían más sabrosos. La cosa es que el chanchito estaba instalado en una suerte de chiquero que le había armado la abuela en un rincón del gallinero. Algo así como un chiquero-loft.
Con mis hermanos solíamos arrimamos a ver las gallinas, los polli­tos, el gallo, y hasta una paloma torcaza que había arrancado de po­lizonte y con el tiempo fue ganándose un lugar, terminando promocionada a la categoría de gallina por mérito de imitación. A todo esto estábamos acostumbrados, pero al porcino jamás. Era la primera vez que convivíamos con uno.
Al principio lo observábamos como a un bicho raro, pero con el correr de los días, el chanchito también se ganó un lugar entre noso­tros, y casi te diría que a la semana ya militaba en la categoría de amiguito nuevo. Y tenes que ver el día que lo mandamos al arco. Atajó mejor que el Petu Marianni. Al final lo bautizamos: Ángel. Y se ve que le caía en gracia porque lo llamabas, y él venía.
-¡No pueden ponerle nombre a un animal que nos vamos a co-mer! -vociferó el abuelo desconsolado-. ¡Yo no lo como! Me hace
acordar a mi tío el finado Angelito paz descanse.
-Mejor, más para nosotros -expresó la abuela, siempre pragmáti-
ca-. Las dos patas son para mí -se regodeó finalmente.
Si bien nosotros no estábamos en la postura extrema del abuelo,
que andaba peleando, primero los derechos sexuales del animal, y
luego ya se jugaba por los derechos porcinos en general. Pero ya
comenzábamos a sentimos un cahitos hermanados con el Angelito. El
abuelo sufría como loco, cada vez más, y la abuela estaba cada vez
más entusiasmada con comérselo. Y hablaba del chimichum que le
iba a preparar. El abuelo lloraba en silencio. Y de cómo lo iba a ado-
bar, y el abuelito se retorcía de dolor.
-Cómo me gusta la parte de la pata -se relamía la nona.
Pero lo peor, lo que más cruel le resultó al abuelo, fue cuando la
abuela empezó a ponerle todos los días al Angelito una manzana en la
boca como para ir viendo el tema del decorado. Ahí el abuelo no
aguantó más, y con una firmeza y autoridad inusitadas, le gritó.
-¡No, Antonia! ¡Al Angelito no lo vamos a comer nada! -tras lo
cual la abuela lanzó una carcajada que parecía no termnar nunca.
Eso también a mis hermanos y a mí nos pareció cruel. Por lo que
decidimos hablar con la abuela. La abuela nos demostró que seguía
tan pragmática como siempre.
-Yo no voy a engordar un animal para después no comerlo -res-
pondió, siempre sin abandonar su pragamatismo-. Chicos... sueño
con las piernas del Angelito... sueño con esos jamones dorándose a
las brasas -nos comentó la abuela suspirando, y daba la sensación de
escupir llamaradas por los ojos.
Llegó el día en que había que ajusticiar al Angelito, y la abuela
Helena nos miró como diciendo: «lo siento, ese es el destino del
chancho». Y partió para el patio con su capucha negra de gala, la de
finiquitar las mejores presas. Y fue automático, nos paramos todos de
golpe, mis hermanos, mi abuelo Roque, yo. Nos pusimos en el camino, le explicamos que tema que entender, que el Angelito era práctica-
mente uno más de la casa, que solo le faltaba hablar.
-Por eso matémoslo antes que se ponga a conversar con este vie-
jo -dijo la nona señalando con fastidio al nono.
Sí, ahí retrocedimos unos pasos, sin embargo insistimos, le supli-
camos, nos pusimos de rodillas llorando, rogando por la vida del An-
gelito. La abuela, entonces, quiso transar.
-Má sí, si quieren no lo matamos. Me conformo con que me den
las dos patas -dijo muy suelta de hombros.
El Angelito nos miraba como suplicando, que si no quedaba otra,
negociáramos.
-No va a ser la primera vez que hay que amputar para salvarle la
vida a alguien -argumentaba la nona para damos ánimo, ya en la cús-
pide del pragamatismo.
Finalmente, le ofrecimos un rescate suculento: medio lechón de
rotisería, un kilo de chivito, una bandeja de vitel tone, y una botellita
de tinto.
Así fue que lo salvamos al Angelito. Desde esa navidad comenzó a
sentarse a la mesa con nosotros, y lejos es el que menos come. Se
puede decir que es un chancho a dieta, super flaco... tal vez aprendió
del pragmatismo exacerbado de la abuela Helena.

Christian Alvarez



“EL QUE TERMINA SOLO”

Que nadie se engañe. El tipo que quiere estar solo, termina solo. Yo digo: ¿con qué necesidad alguien estando en un lugar público hace de una mesa su lugar privado? ¿Por qué se priva del resto de la humanidad?
Yo no tengo por qué meterme en la vida de nadie, pero... mira vos... observalo, se regodea en su cubil, su cubo, en su cuadrado de cuatro patas.
Las historias, historias son... pero ¿Por qué no escuchar esas historias? Y entender que otros seres humanos quedaron atrapados en cuadriláteros como ese... y sabiendo de sus experiencias ¿por qué no tratar de ser parte de un todo, de un todo circular, atmosférico?...
Tal fue el caso de ANTONIO. Antonio se empecinó en esperar solo y tanto lo hizo que desapareció. En realidad no, no desapareció físicamente, quiero decir, si vas al bar que el frecuentaba él está ahí, exactamente en el cuadrilátero de siempre... pero sin nada, sin él. Sucede que esa tarde tenía una cita con una señorita. Llegó como siempre, un poco más ansioso tal vez y bien afeitado. Se sentó allí, pidió un cortado... Sus manos transpiraban resbalando cada partícula de materia y claro se desvaneció... Es decir, se sentó, pidió el cortado, lo tomó como siempre... en realidad no, no lo hizo como siempre. Tampoco entró como siempre sino para siempre... Esa tarde era ella la que venía, era ella la de la cita, nada tenía que interferir. Por eso entró en el bar con el único objetivo de esperarla... Se olvidó del olor a cafés que lo recibía al entrar, se olvidó de asentir con la cabeza las miradas de bienvenida de los parroquianos, se olvidó del: - buenas Antonio, ¿cómo va hoy? – Ni siquiera se detuvo en su mano con gesto cariñoso sobre la espalda de Luis el mozo. No le importó compartir y discutir los resultados de la fecha... Se sentó recibió el cortado, lo tomó con las últimas partículas de su mano, no registró ni el sabor, ni la temperatura, tanto no registró, tanto se olvidó entre esas cuatro líneas donde apoyaba sus codos que cuando ella entró... no lo vio.

Yeni Mata


Ana Cao y Teresita Igon